Observo, siento, escucho y mis ojos contemplan mi entorno incompresible, absurdo, abstracto, todo gira incesantemente al compás de mis pulsaciones, que pasan a ser explosiones sucesivas en mi cabeza, como un sonido extraño, desconocido o quizás puedo reconocerlo, aunque no del todo. No dejo de oír esas pulsaciones como campanadas; ya no sé acallar ese maldito ruido que acompaña a la incoherencia de las imágenes que me rondan, aves de colores que mutan; que pasan de tener aspecto amistoso y apacible a ser voraces depredadoras que hurgan picoteando en los dedos de mis pies, hambrientas, violentas, desesperadas. No obstante a mi miedo las observo con especial interés y esta escena abre mi apetito y las cojo una a una, engulléndolas sólo con un poco de sal y pimienta. Luego de acabar con todas, caigo en cuenta que ya no escucho sonido alguno, solo siento la fresca caricia del viento sobre mi piel y me invade una exquisita sensación de paz y tranquilidad. Al fin duermo y descanso de este cíclico calvario que experimento noche tras noche.
Enzo Poblete, escritor español desde Cataluña, España, octubre 2007
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