8/24/2007

Sentido del deber

El invierno era implacable, la aldea lucía desolada Las madres hacían lo imposible por alimentar a sus pequeños, el barro y el frío cobraban vidas.
Se convocó a los guerreros. Los poderosos se reunieron, eran guerreros antiguos, solemnes y valientes, íntegros, casi eternos; la decisión fue simple: era imperativo buscar otro territorio y levantar la aldea en terrenos más aptos para la vida.
No se trataría de una simple mudanza, ya que, los mejores lugares estaban ocupados.

Los terrenos altos, protegidos de las inundaciones, tan perjudiciales para la colonia, fueron perdidos hace muchos inviernos, aunque todos dieron lo mejor de sí en la lucha, no bastó y sólo ganaron decenas de ciento de cadáveres y miles de corazones de madres, abuelas y novias, absoluta e irremediablemente destrozados.
En esa oportunidad los vencedores fueron desalmados y ni siquiera permitieron sepultar a los muertos, fomentando que la rapiña diera buena cuenta de ellos. Desde ese entonces el odio entre ambas naciones fue casi un culto que se difundió de generación en generación.

La hora de actuar llegó, todo estaba dispuesto: las armas, los víveres, la fuerza y el amor, el llanto de la despedidas sería como un manto protector y los abrazos, los cientos de abrazos, un escudo infranqueable, -comenzó la marcha sin retorno-.
Los guerreros se agazaparon entre la abundante vegetación por causa de la lluvia, avanzaron muy lentamente como si en cada centímetro recorrido se detuvieran a poner la marca de su clan y honraran a sus muertos.
Apenas despuntó el alba los vigías detectaron a los intrusos y entonces comenzó la batalla.

El alto mando de ambos ejércitos observaba y dirigía desde la altura, la ferocidad del odio inculcado había dado sus frutos, los cuerpos mutilados volaban y se detenían con el impacto de otros. La muerte fijó la mirada en el campo de batalla y dispuso el albergue de sus próximos huéspedes, las almas de todos se contrajeron por el espanto de la ocasión y el corazón de muchos se mojó la cara y tomó un último aliento.
Como en el cine, la vida de cada uno pasó frente a sus ojos y para muchos lo hizo demasiado rápido. Muchos pudieron huir y salvarse, pero, tal cobardía era impensable para guerreros de su estatura, la hora final llegaría para todos.

El disputado territorio lucía con un tapiz distinto al atardecer de ese día, los cuerpos y la sangre lo teñían de dolor, ni un solo guerrero quedó en pie, soldados y generales de ambos bandos fueron exterminados, el invierno que casi terminaba se reanudaría para las madres.

Un pájaro que sobre volaba el lugar se detuvo extrañado, pues aunque sabía como todos nosotros que era un año muy lluvioso y por lo tanto habría muchas hormigas, no entendía por qué justo en ese lugar estaban todas muertas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola compañeros, dejo aqui mi saludo. Me gustó mucho el cuento, espero que les vaya muy bien con el blog y no se olviden de visitarme. Un beso enorme.

Killer

Laura dijo...

Muy entretenido el cuento, con mucho suspenso, excepto el pájaro que, si detuvo su vuelo para extrañarse, perdió toda suspensión y cayó justo de cabeza en la masa de hormigas. Sólo quedaron visibles las patas. Pasó un turista y fotografió lo que parecía instalación o inspiración para su próxima escultura.
Olvidaste mencionar que se trataba de las hormigas "kufify" oriundas de Lemuria. Las demás hormigas no tienen guerreros porque los machos sólo sirven para aparearse con una reina, también alada. Luego estiran las patas y si les he visto, no me acuerdo. Las hembras estériles son las guerreras, nanas, aseadoras, exploradoras y tutti quanti. Sólo entre los humanos tendrían los machos algún papel importante que desempeñar. Aunque si recordamos a la Mercedes Sosa y similares: "Cambia, todo cambia..."