Ojos semi cerrados, respiración acelerada y el corazón queriendo salir del pecho; el desalmado frío de julio no parecía inmutar a aquel hombre que resultaba ser aun más desalmado.
Calles desiertas, sólo algún perro en acto temerario buscando alimento se atrevía a recorrerlas esa noche. Aquel hombre se detuvo bajo la luz de un farol para mirarse las manos que irradiaban un brillo extraño.
Comenzó a caminar lentamente, luego sus pasos se aceleraron, quizá en un intento por escapar de sí mismo, dos o tres segundos y corría a toda velocidad. Sus piernas perdieron peso y lo que era una carrera irracional hacia adelante se transformó en una súbita ascensión.
El asfalto se volvió mullidas nubes, en tanto subía percibía el amanecer, algún ave migratoria lo miró con asombro. La paz cobijó su cuerpo.
Nubes de claro a oscuro, la libertad entraba a borbotones por cada poro, brazos abiertos, los ojos entornados hacia arriba y una amplia sonrisa,- ni siquiera alguien tan perturbado como aquel hombre se detendría a analizar lo sucedido en vez de disfrutar semejante regalo-, que importaba la muerte.
El camino se volvió demasiado familiar, la brisa se hizo viento que calaba los huesos, su estómago rugió,- que raro-, pensó aquel hombre,( como alguien que muera puede sentir hambre y frío) y cerró por un momento los ojos.
Cuando los abrió divisó dos siluetas blancas que se acercaban, fijó la mirada para descubrir las alas y la aureola. En su lugar sólo halló las tocas y las mangas en los respectivos delantales
1 comentario:
¡Buena volada!
Un abrazo,
Laura
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