8/27/2007

El primer día de lo incierto

Para Ariel , Alejandro o el nombre que hoy lleve, vaya esta brisa de palabras a secar la llovizna, sea este recuerdo, ungüento de nubes sobre la piel, anestesia sobre una herida que se niega a cerrar.



Las luces se apagaron de improviso, la ciudad quedó completamente a oscuras, una ráfaga de viento despeinó el follaje de los árboles tirando al suelo las hojas secas que llegaron a nutrir el tapiz amarillento del otoño. Las personas se agolpaban en los pocos almacenes que aun tenían sus puertas abiertas, para comprar pilas y velas, el noticiero radial no cesaba en sus despachos desde el lugar de los hechos,- todo era un caos-.
Las torres de alta tensión sufrían el embate de la intolerancia otra vez, mientras en la oscuridad de una habitación el tiempo transcurría distinto, el espacio se había reducido al punto de no poder despegarse, alternando la respiración para no dejar sin aliento al otro, los minutos pasaban rápido la sed visitaba los labios y provocaba beber hasta saciarse.
Los múltiples accidentes por la oscuridad reinante tenían colapsada a la asistencia pública, las ambulancias con el ir y venir de sus sirenas no permitían dormir, era inútil recordar antiguos cuentos infantiles4s para llevar a los niños al mundo de Morfeo.

La habitación se hacía más pequeña y el aire parecía no alcanzare para ambos, la naturaleza aportó a ese encuentro furtivo con nubes lluvia y severos retos celestiales opacaron el sonido de los besos. Manos por todas partes conquistando rincones prohibidos para ambos por llevar un rótulos con un nombre distinto, por cargar conflictos no resueltos. Muslos y lengua confundiéndose en la tibieza de cada abrazo y la delicia de no poder reconocer la real extensión de sus cuerpos, la cama ardiendo al calor de las caricias, a pesar del temporal sin duda allí quedaba primavera.
Un hombre y una mujer amándose por primera vez, dejando los prejuicios tirados junto a la ropa, interpretando una obra maestra usando sus cuerpos como instrumento: ojos abiertos de par en par reconociéndose y recordando guardar distancia frente al resto del mundo, ojos que se cerraban una y otra vez reclamados por los besos.
Él detuvo el latir del deseo y escuchó el propio, el cuerpo de ella lo acogía y lo expulsaba, era un ir y venir un quedarse y partir que lo encendía al punto de poder olvidar la culpa, los pechos de ella eran dos pequeños y redondos faros alumbrando el primer día de lo incierto. A cada momento el aire se agitaba y entraba en ambos acelerando la respiración, gemidos y suspiros cantaban la canción de ese encuentro, el tiempo se4 detuvo, los truenos no se oyeron.

La noticia del terrible dinamitazo cruzó de extremo a extremo nuestra larga y angosta faja de tierra, el sol comenzó a desperezarse decidido a terminar con la oscuridad. Pronto el daño de las torres fue reparado y paulatinamente la electricidad retomó sus labores por doquier, menos en aquella habitación, allí la oscuridad persistía en quedarse, de la misma forma que lo hacía el invierno en el jardín del gigante, rebelde, soberbia, eterna´

Él y ella volvían a su rutina de mentiras,sacrificando la felicidad de estar juntos por cuidar la de otros, luego, frente al resto todo sería una forzada y casi indiferente camaradería, un hablar de cosas triviales tomando desayuno, haciendo grandes esfuerzos por no cruzar las miradas y quizá tomarse las manos por debajo de la mesa.
Los meses pasaron todo siguió igual, ni los besos, ni las caricias, ni el amor pudieron más que la culpa.

El desenlace no fue feliz como en los cuentos de hadas que escuchamos cuando niños, sólo hubo una ganancia, -la tormenta eléctrica-, porque después de aquel encuentro en el primer día del invierno, los truenos para ella suenan muy, pero muy dulces.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

*****

Laura dijo...

¡Clap! ¡Clap! ¡Clap!