Los pasos cesaron por un momento, la vieja escalera dejó de crujir, sin embargo, el terror que le recorría el cuerpo entero no terminaba, -al contrario-, debido a esa inesperada pausa se acrecentó. La muchacha que no dejaba de temblar buscaba la explicación a esta brutalidad.
Un sudor frío le bañaba el rostro, las manos y toda la espalda, las piernas no le respondían y era irrisorio gritar o articular palabra alguna en esas condiciones.
Era una noche lluviosa y muy oscura, - bendito fin de semana escogieron para tener una segunda oportunidad-.
Pensaron que el lugar sería perfecto, una vieja y rústica cabaña con chimenea en medio del bosque, alejada absolutamente de la civilización, un refugio ideal.
Alondra y Miguel llevaban tres años de relación, luego de esto tuvieron un quiebre causado por un desliz de Alondra con un profesor de la facultad y dentro de la estrategia de reconciliación consideraron el viaje, - ¡ este dichoso viaje ¡-, que hasta el momento cobraba la vida de Miguel.
Llegaron el día anterior y se quedarían todo el largo feriado, tuvieron un maravilloso primer día de reencuentro, se metieron a la cama temprano y no salieron de ella hasta muy entrada la mañana siguiente; mejor hubiera sido no hacerlo.
Después de desayunar disfrutaron de un paseo por el bosque, que lucía más hermoso debido a la cercanía de la lluvia y ese fue el instante propicio para que el intruso ingresara a la casa, se escondió en un ropero en desuso que estaba en la habitación del fondo, donde también había un poco de leña muy seca.
La muchacha no se resignaba a que el asesino estuviese tras ella, -¿porqué?- justo contra ella, - nadie mata a alguien que dice amar tanto-. Pensó – y las lágrimas volvieron a inundar su rostro.
El asesino descargó en el cuerpo de Miguel toda su furia, tratando de castigarlo, por tener tanto tiempo el amor y la pasión de Alondra, su amada.
El criminal era Andrés Talandianos, profesor de la facultad, doctor en filosofía y letras, veinte años mayor que Alondra, impartía la cátedra de antropología filosófica en la cual y por mera casualidad ella era una alumna sobresaliente.
Pronto se convirtió en la ayudante del profesor Talandianos y justo en ese punto, comenzó a complicarse todo.
Comenzaron un fogoso romance, aunque la muchacha amaba profundamente a Miguel, no pudo contra la fascinación que le provocó ese hombre muy atractivo y no demasiado mayor, que además era capaz de estar hablando horas sobre entrañables y sabios personajes que la hacían alucinar.
La relación apenas duró un par de meses, pero este breve lapso le pareció suficiente a Andrés para confesarse absoluta e irremediablemente enamorado de la joven.
La ruptura comenzó dentro de Alondra, que dicho sea de paso se había cansado de la obsesiva preocupación y las atenciones del profesor, se desencadenó el quiebre. Comenzaron los escándalos, las amenazas y por último las súplicas. Los intentos de suicidio del docente fueron variados: barbitúricos y hasta un supuesto ahorcamiento.
Todos los acontecimientos giraban en la cabeza de Alondra, una y otra vez, sin detenerse nunca, golpeándose entre sí por sobresalir, apurándose por vivir nuevamente dentro de la muchacha, sabiendo que tal vez esa sería la última oportunidad de hacerlo.
El crujido de la escalera volvió a escucharse y sacó violentamente a la niña de sus pensamientos, poniéndola de lleno en la realidad.
Se quedó aún mas quieta, como si hubiese muerto para no ser descubierta, pero, desgraciadamente su escondite ya no la protegía. La puerta entreabierta permitió que Alondra adivinara en la oscuridad y con espanto la silueta del profesor, unos destellos de luz salidos de quién sabe donde complicaron aun más el ocultarse, el universo se detuvo, se acabaron los sonidos y hasta los colores, la situación era insostenible, en la habitación no existían rincones seguros para la muchacha, el terror la ultrajaba nuevamente. Pensó en arrojarse al piso pero la madera crujió y casi fue descubierta, la ventana insistía en delatarla, un pequeño aparador la refugió conmovido y ella se metió en su interior como si se tratara de su ataúd.
Por obra de la providencia el asesino no logró encontrar nada en la habitación y se marchó sin mayor prisa, si había conseguido matar al maldito que le robó a su amada, acabar con ella que era tan frágil y pequeña sería casi un juego.
La lluvia arreció, las gotas apuraban los minutos con su ritmo frenético, Alondra trataba de tranquilizarse para respirar y darle un descanso a su corazón, sus ojos ya no tenían lágrimas, a su piel no le quedó sudor, su vida a pesar de la lluvia se secaba, el amor se murió con Miguel, ella misma aunque viva no existió más.
Pronto la muchacha fue capaz de pensar con algún grado de coherencia, la lluvia se cansó de caer y una tímida luna se asomó,- no se oía ruido alguno-.
Alondra salió, un súbito escalofrío la recorrió entera mientras bajaba la escalera, en un segundo, se vio en otra época, vestida de novia y del brazo de Miguel, ambos radiantes de amor y felicidad, la gente a su paso los saludaba y les arrojaba pétalos, luego la escalera volvía a crujir y otra vez la vorágine se desencadenaba en el corazón de la niña; peldaño tras peldaño, una y otra vez hasta acabar la escalera; fantasía y realidad empujándose hacia abajo.
El asesino deambulaba por toda la cabaña, buscando, oliéndola, adivinando, como lo haría un sabueso, de repente la vio y el despecho que había cubierto su amor se esfumó con la lluvia, lo conmovió su belleza y fragilidad. La recordó a medio vestir saliendo de su cama, despeinada y hermosa, colgándose de su cuello y comiéndoselo a besos simplemente perfecta.
Se acercó con prisa pero suavemente, la tomó por el talle y la estrechó contra si.
Los ojos de Alondra se iluminaron y se abrieron de par en par, la luz de la chimenea los alumbró aun mas, - la muchacha no entendía como si Miguel estaba muerto podía estar ahora abrazándola-.
Una conocida y hermosa melodía comenzó a escucharse dentro de la muchacha
- ¿oyes Miguel?- dijo-
- es nuestra canción;
el crepitar del fuego impidió que el profesor escuchara lo que la niña decía como un susurro.
El avance de las horas se detuvo para permitir que la pareja disfrutara de la noche que a esas alturas era cada vez más clara: bailaron, se amaron y sobre todo bebieron al punto de que el alcohol festinara con sus devastados cuerpos,- La demencia confundía hasta a la muerte-.
La tragedia terminó donde mismo comenzara, en la habitación del fondo, donde estaba el armario y la leña seca, además de una cama pequeña que se encargó de cobijar a ambos cuerpos exhaustos.
La vieja lámpara y una ráfaga de viento se asociaron en el fuego y por fin todo ardía: hombres, mujer, locura y sueños, especialmente sueños.
2 comentarios:
Este es el primer cuento relativamente decente que escribí, lo hice hace un par de años, recuerdo que lo llevé al taller litemai con tanto orgullo que tenía pecho de paloma o de pato de silabario como diría mi paire y resultó ser que los compañeros no me dejaron punto en pie,- no importa-, dijo el picao, igual lo muestro, para eso está la changa, disfrótenlo
besos
es un buen cuento...nose como llegue hasta acá, mas bien me llamo la atencion el apellido del profesor ya que los talandianos no somos tan "comunes"...bueno un gusto pasar por aqui i hacerme leer en un rato de vagancia.
Publicar un comentario