10/04/2007

Crónica de un retorcijón

-¡Son casi las ocho y no han llegado las flores, más encima el gallo del cóctel se agarró un taco en vespucio con pajaritos¡ -, paseándose de un lado a otro se lamentaba y vociferaba el encargado; Yo estaba en un rincón tratando de ensayar mi parlamento, con el colon a la miseria pero total y absolutamente feliz, había llegado el día del lanzamiento de mi libro y se afinaban los últimos detalles.
No fue fácil escoger atuendo me costó un mundo decidir el luk que usaría, después de mucho pensar quise verme lo más sexy y curvilínea posible, - realmente me tiene frita la crisis de los cuarenta -.
Saqué un vestido blanco que me regaló mi amiga Mari, me puse un body, unas chalas con correita, mi buena capa de estuco y quedé como de veinticinco.
Me pidieron que llegara media hora antes, quizá fue un poco exagerado de mi parte haberlo hecho dos horas antes, era imposible estar en casa un minuto más, los niños llegarían con mi mamá y algunos buenos amigos, el resto de la concurrencia no me interesaba demasiado, ya que se trataba de gente vinculada al medio editorial y autoridades con las que no tengo mayor conexión.
Creo que todo el esfuerzo de auto producción dio resultado, pues, me piropearon mucho camino al teatro, al cruzar la calle casi llegando aproveché de verme reflejada de cuerpo entero en los ventanales del frontis y vestida de blanco realmente lucía angelical.

Debí esperar seis largos meses para que el libro estuviese listo, recuerdo cuando llamaron de la editorial para decirme que yo había ganado la selección y que me publicarían, casi morí de la impresión. Una vez que colgué, empecé a llamar a mi hija, luego de un momento no pude llamar a nadie más, porque tenía un nudo en la garganta y rompí en sollozos, pensé en todos los pésimos momentos que me había tocado vivir, el dolor de la ruptura, el psicólogo de los niños, mi trabajo con la auto estima, sentí que este premio era una suerte de compensación otorgada por tanto sufrimiento y más lloraba, el triunfo sabe mejor si viene después de un fracaso y este sabía más dulce que la miel.
En un momento llegaron todos - ¡cinco minutos¡-, dijo alguien, saqué rápidamente un espejo de mi bolso y ordené un poco mi pelo, me concentré para entrar a la arena y salir con orejas y rabo. Al pasar junto a una de las mesas los nervios y mi golosería me impulsaron a sacar un pepinillo justo antes de subir al escenario.
Comencé a leer el prólogo y luego de recibir las flores sentí un leve dolor en la parte baja del estómago, no le di mayor importancia y continué, los dolorcillos no cesaron, - por el contrario-, se intensificaron, pero las dedicatorias y tantos abrazos me impidieron obedecer el llamado de la naturaleza; la presión intestinal aumentaba a cada instante y el ir y venir de la gente retrasaba aun más mi visita a los servicios higiénicos, pronto todos se habían ido incluidos madre e hijos. Afligida corrí al baño y estaba cerrado, en un esfuerzo supremo subí a toda prisa la escalera del segundo piso para alcanzar ese baño y también estaba cerrado, al bajar perdí parte de la velocidad inicial, sentí que ese pepinillo mal agradecido quería alejarse de mí y abandonar intempestivamente mi cuerpo que en forma tan amable lo había cobijado antes. Al salir del teatro caminaba cada vez más lento, los pasos se hacían esperar, luego de unos metros no tuve más remedio que detenerme. Me apoyé en un añoso árbol, quizás en ese árbol también se apoyó algún padre de la patria, tal vez allí mismo sellaron con un apretón de mano muchos acuerdos y desafíos, recios hombres de honor.

Las imágenes se atropellaban en mi obsesa mente de escritora mientras sacaba el celular de mi bolso, aquel día el noble árbol de avenida Pajaritos, ese árbol nacido y criado en tierra de la cuna de la patria presenciaría otra confesión trascendental, - Aló. ¿Mamá?
Necesito ropa, me cagué...

No hay comentarios: