9/19/2007

Sube el vidrio

este cuento lo escribí hace un par de años, está tal cual, sin corrección alguna: ayer compartiendo con buenos amigos, recordé el hecho que lo inspiró. E s hermoso hacer una retrospectiva y verlo hoy tan sólo como un recuerdo bizarro

5La siguiente historia me la contó una amiga, una muy buena amiga por cierto y quizás pueda interpretar a más de algún lector
.Comienzo mi relato, por razones obvias cambiaré los nombres de los protagonistas, ellos podrían llamarse, Ariel y Karen, Andrés y Mariela, Emilia y Rodrigo, da lo mismo.
Quizá sea aun mejor no nombrarlos.


Era una noche preciosa, no puedo precisar si de fines de primavera o comienzos del verano, una de esas noches en que se confabulan los elementos para hacerlas perfectas. Temperatura media, brisa y luna, sin demasiada gente en la calle, especial para salir.
Aunque el escenario había cambiado bastante y si hubiesen querido podrían haber hecho pública su relación, el ser amantes clandestinos tenía para ambos un plus, además era difícil a pesar de la democracia abandonar prácticas que muchas veces significaron conservar la vida, pues en los años duros de la dictadura la clandestinidad hacía la diferencia.
Estuvieron un momento conversando en casa de ella y por fin se subieron al auto para salir a dar un paseo, el destino no era importante.

Se detuvieron al costado de una plazoleta, en el camino habían comprado algo de comer y un par de cervezas, hablaron largo rato sin bajar del auto, como de costumbre, crearon un universo paralelo estando juntos, como de costumbre, disfrutaron el lenguaje de sus códigos secretos y de la complicidad que tanto apreciaban ambos, como de costumbre, era otro encuentro amoroso, realmente amoroso, que a todas luces iba más allá del sólo sexo,- asegura mi amiga-.
Debe haber pasado un par de horas antes de que sus labios encontraran un primer beso, que siempre tuvieran tantas cosas que compartir retrasaba los besos, en ocasiones ni siquiera se besaban y sólo pasaban mucho tiempo acurrucados y casi sin hablar, sólo les bastaba la cercanía del otro para sentirse felices, sólo bastaba que él estuviese sentado abrazándola y que ella pusiera la cabeza sobre su pecho y se adormeciera con el fuerte latido de su corazón, sólo bastaba la paz que ambos construían estando juntos.
A ese beso lo siguió otro y otro y muchos más,-sobraban las estrellas fugaces-, el brillo de los ojos al mirarse, palmo a palmo, sin prisa. Pronto los besos llamaron a las caricias, un hombre y una mujer,-solos-, con el resto del mundo alrededor, un hombre y una mujer en una cálida noche, metidos en un auto, como cualquier otro auto de gente de clase media, pero, que en esta ocasión era más único que cierta rosa.
En tanto subía la temperatura la ropa les empezó a molestar, el aire se hacía escaso, así que bajaron los vidrios de las ventanillas, Deben haber sido cerca de la una de la madrugada del lunes,- recuerda mi amiga-, la plazoleta junto a la que se estacionaron estaba desierta al igual que las calles aledañas, cosa lógica a esa hora y en vísperas de día laborable, por lo que no parecía demasiado riesgoso hacer el amor en aquel lugar, además no sería la primera vez que tendrían sexo en el auto,- y tampoco la última,- agrega ufana mi amiga-.

Quedaron absolutamente desnudos, ambos, ni siquiera calcetines, él reclinó su asiento y se recostó para que ella subiera, la experiencia les había enseñado que esa era la forma más viable de tener sexo en un auto pequeño, comenzó la batalla.
El calor se dejó sentir, sudor y saliva humedecían el tiempo, manos, ella sobre él conquistando y adueñándose de sus ganas, susurrando sueños cada vez que mordía suavemente su oreja, besos, la brisa iba y venía por las ventanas y de paso ondulaba el cabello de ella que caía exhausto sobre los pechos, ni un poro intacto. Un hombre y una mujer jugando a las escondidas, una mujer haciendo el amor con desespero y ternura con la intensión y el corazón apuntando al mismo lado, una mujer haciendo el amor con el hombre que amaba y para su desgracia aun ama, olvidando fantasmas y ahogándose en unos ojos que al menos por un momento sólo eran para ella.
El tiempo siguió pasando dentro del auto, ya no bastó haberse quitado la ropa el calor no cedía, por un instante ella se sintió atraída a mirar por la ventana trasera , su impresión fue increíble al ver que un tipo la observaba, de un salto volvió a su asiento y comenzó a vestirse,- sube el vidrio, súbelo-, dijo, él rápidamente cerró las ventanillas y puso seguro, cuando volvieron a mirar el fisgón estaba por el lado de la ventanilla de mi amiga, de inmediato él echó a andar el auto y abandonaron la plazoleta. Dieron unas vueltas y regresaron para tratar de terminar su labor inconclusa, pero el fisgón estaba todavía allí, se había metido a una citroneta abandonada que estaba en un sitio eriazo contiguo a la plazoleta.
Finalmente él la llevó a casa, se despidieron sabiendo que lo vivido se repetiría y ojala la repetición no incluyera mirones inoportunos. Luego a solas cada uno con su recuerdo trató de dirigirse al mundo de Morfeo, esa noche el camino se les presentó más húmedo que de costumbre.

Esa es una parte de la historia, quizá mañana en la mañana cuando me esté cepillando el cabello frente al espejo, pueda pedirle a mi querida amiga que me cuente otro episodio.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosa historia... Mariela me contó que estaba publicada y no me queda claro si ella olvidó parte de la historia (por el nerviosismo o porque en realidad no fue tan importante) o si Emlia la cambió con algún fin literario que no logro comprender.
Gracias por escribirla.
Andrés

Laura dijo...

Aguardo con impaciencia la continuación.

Como fondo musical recomiendo aquella canción infantil:
"Dos elefantes se balanceaban
sobre la tela de una araaaaaaña
como veían que resistía
fueron a buscar a un camaraaaaada"

Emilia dijo...

Andrés
veo que cuidas mucho no herir susceptibilidades, el punto es que te importan las de todo el mundo, menos la de Mariela, que lástima, sería bueno que por una vez dijeras todo lo que sientes con relación a ella