7/24/2007

De puntillas

-Este vidrio roto en la cocina es una excelente forma de entrar cuando no están las llaves-.
Pensó Felipe, mientras metía la mano. Las luces estaban apagadas en toda la casa y en respeto a Bárbara prefirió llegar en silencio, -que más podía hacer a las tres de la mañana-.
Venía de un día difícil, la ciudad y su barrio en particular se volvían cada vez más agresivos, incluso para él, que siempre respetaba a los demás, nunca peleó en las calles como sus amigos.
Era muy conocido y celebrado su amor por Bárbara, la única mujer capaz de interesarlo y calmar sus miedos al punto que podía estar tardes enteras recostado en su pecho.
El piso de madera crujió a la entrada de la cocina con un quejido casi imperceptible, pero suficientemente sonoro para los oídos de Bárbara, quién si se trataba de Felipe no necesitaba señales externas, pues lo presentía. Presurosa se levantó y encendió la luz de la sala, luego, con su voz más dulce y en el momento que las miradas de ambos se cruzaron dijo,
- Ven acá malcriado, aquí tienes tu plato con leche-.

1 comentario:

Laura dijo...

Por simple coincidencia de nombres, clavo este inserto, que tiene un par de años. Saludos a tutti quanti.



ESCAPADA


Felipe caminaba tranquilo, como si la noche y la calle le pertenecieran. Iba llegando a la esquina cuando aparecieron en grupo, todos de negro y de aspecto inquietante. Al centro, comandaba el más corpulento. Le rodearon sin emitir sonido. Él se apretó contra el muro, mientras el pelo se le erizaba. Ellos iban avanzando lentamente en su dirección. Cuando ya les sentía el aliento en la cara, comenzaron los insultos y amenazas. El jefe se aproximó aún más, mostrando su arma. Desesperado, se volvió atrás y con la energía del terror, comenzó a trepar rápidamente usando de apoyo cada intersticio de la vieja pared.
Logró ponerse a salvo, mientras la frustrada banda manifestaba su indignación allá abajo.
El jefe puso fin a la escena. Acercándose al muro, orinó contra él. Toda la pandilla le imitó disciplinadamente y por turno de importancia. Al terminar, el grupo se fue con un trotecillo que pretendía indiferencia.
El perseguido había observado todo desde arriba. Quizá meditaba en que la estrategia militar pudiera unir a sus semejantes y enfrentar al enemigo en igualdad de condiciones. Pero la anarquía de su raza y su individualismo porfiado jamás les permitirían salirse del libreto, de manera que con aire resignado, se dedicó a limpiarse el pelaje.